Haya se el lector una vez empapado de la actualidad y realidad españolas comprenderá que hace tiempo que dejó eso de existir lo que los nostálgicos todavía recordamos con el nombre de nación. Puede que exista todavía, y eso es indiscutible, un suerte de patrón de conducta común a todos los españoles, una idiosincrasia o común razonamiento colectivo que nos hace afrontar los retos de la vida de una forma característica. Podemos reconocer también en nuestra sociedad ciertos rasgos culturales propios, mas los remanentes actuales de estos no dejan de ser vestigios de los códigos de conducta anteriormente mencionados.
Hace ya décadas que comenzó la inexorable degeneración y dilución de la paupérrima y escasa ya por entonces “identidad nacional española”. Fruto también de la perjudicial influencia externa, sobre todo en la visión romántica que todavía existía de la nación: la patria española pasó de ser un hogar, un refugio para todos los españoles de mundo, un punto fijo en nuestras vidas al que siempre poder agarrarnos, un recuerdo doloroso para aquellos que no podían retornar a ella; todo esto fue mutando en una especie de visión grotesca y atrasada (propia de Valle-Inclán) de lo propio. La patria ya no era el hogar en el que buscar refugio, sino el pozo de atraso del que huir. Los españoles ya no éramos ese pueblo aguerrido, dispuesto y valiente, si no unos seres acomplejados, tozudos, avariciosos e ignorantes que se regían por la codicia y por la tiña.